Viva Momix Forever. Compañía Momix. Director artístico: Moses Pendleton. En el Teatro Coliseo.
Momix volvió a desembarcar en la Argentina para desafiar nuestra capacidad de asombro. Mezclando ilusión óptica, danza, humor y poesía, todos sus integrantes –avezados bailarines– se pliegan a un juego donde la complicidad del espectador es el blanco perfecto de ese arrollador bombardeo de mágicas imágenes.
Cofundador de la célebre Pilobolus Dance Theatre, Moses Pendleton formó su propia compañía, Momix, en 1980. En la actualidad, sus artistas provienen tanto de los Estados Unidos como de Europa y son bailarines formados en la técnica clásica, pero también en la acrobacia.
El denominador común de todo el espectáculo es el asombro, sí, pero sin grandilocuencia, surgido de la fantasía que emana de cada uno de los números que componen este “Momix Forever”.
Apelando a artefactos lumínicos, al teatro negro, globos, polleras con cientos de metros de tela, un indefinido y enorme aparato metálico que obedientemente responde a los movimientos de los bailarines y a la gravedad, las coreografías de Pendleton nos conducen por senderos oníricos. Pero también lo hacen cuando el partenaire es un espejo o una mesa, o sencillamente los cuerpos de los artistas, como en “Tuu”. En ocasiones aparecen las individualidades: el increíble Steve Ezra y su maleable físico en “Table talk”, realizando proezas que nunca sabremos cómo las hizo, ni hace falta; y luego junto a Rebecca Rasmusen en “Tuu” y en “Dream catcher”, o Sarah Nachbauer multiplicada mil veces en “Echoes of Narcissus”, una verdadera joya de la síntesis visual. Pero no son los personalismos el sello distintivo de Momix, que apuesta más a la totalidad y al conjunto.
Como las caras de un colorido poliedro, los quince números que integran “Momix Forever” van revelándose a la audiencia y sorprendiéndola con su diversidad y belleza. La simpatía de las cinco bailarinas de “Marigolds”, emulando a la flor que inspira la pieza, pero también a las gallinas y a las bailaoras flamencas, deja paso a la bravía y ritual “Pole dance”, con toda la fuerza de la masculinidad.
El ‘mapping’ es protagonista en “Paper trails”, y también los insinuantes cuerpos semidesnudos de las bailarinas envueltas en rollos de papel cuyo sonido semeja el caer de la lluvia.
Una única ‘peca’: un pretendido remedo de nuestros gauchos en “Daddy long leg”, personificados en realidad por tres ‘cowboys’. Pero la boutade no hace mella en esta cita con la fantasía, que culmina con una estupenda obra donde los bailarines se confunden con muñecos y los humanizan, en un vertiginoso cóctel de virtuosismo y humor, siguiendo los compases del “Concierto brandenburgués Nº 2” de Bach.
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