Con 40 libros, traducidos a 40 idiomas y multiplicados en 40 millones de ejemplares, el escritor sueco fallecido el pasado lunes es uno de los autores más leídos de los últimos años en todo el mundo. Creador de la saga protagonizada por Kurt Wallander, renovó la literatura policial, pero también hizo valiosos aportes en otros géneros. En este número analizamos la huella que deja en los lectores, repasamos algunos de los libros que no debemos dejar pasar y ofrecemos un fragmento de Arenas movedizas, el libro publicado en agosto pasado en el que Mankell cuenta lo que experimentó cuando se enteró de que tenía cáncer
Arenas movedizas *
Por Henning Mankell
...Cuando supe que tenía cáncer, ese miedo volvió. Me afectó igual que la primera vez, ahora lo comprendo. La sensación que experimenté fue precisamente ésa, el pavor que me causaban las arenas movedizas. Me resistía a que tiraran de mí y me tragaran. La certeza paralizante de que sufría una enfermedad grave e incurable. Me llevó diez días con sus noches, con muy pocas horas de sueño, mantenerme en pie y no quedar paralizado por el miedo que amenazaba con destruir toda mi capacidad de resistencia.
Ni una sola vez, que yo recuerde, me vi tan desesperado como para echarme a llorar. Tampoco grité de angustia en ningún momento. Fue una lucha silenciosa por sobrevivir a las arenas movedizas.
Y no me vi arrastrado al fondo. Al final logré trepar como pude para salir de la arena y empecé a enfrentarme a lo ocurrido. La idea de tumbarme a esperar la muerte ya no existía. Recibiría el tratamiento que tenemos a nuestro alcance. Aunque no pudiera volver a estar del todo sano, existía la posibilidad de que viviera mucho tiempo.
Sufrir un cáncer es una catástrofe en la vida. Sólo después de transcurrido el tiempo sabemos si hemos sido capaces de enfrentarnos a él, de ofrecer resistencia. Lo que pensé y viví aquellos diez días posteriores a tan devastador diagnóstico es algo que todavía no tengo del todo claro. Puede que nunca lo comprenda. Aquellos diez días de enero de 2014, después de la fiesta de la Epifanía, son como sombras, tan oscuros como los breves días del invierno sueco. En el plano físico, sufría a veces escalofríos que hoy me recuerdan a las ocasiones en que he padecido malaria. Me pasaba la mayor parte del tiempo en la cama, tapado con el edredón hasta la barbilla.
Lo único de lo que ahora estoy totalmente seguro es de haber sentido que el tiempo se había detenido. Como en un universo compacto y condensado, todo se había convertido en un punto en el que no existía ningún «entonces» ni tampoco ningún «después», sólo aquel «ahora». Un ser humano que se aferraba a la orilla de un banco de arena mortal que quería tragárselo.
Cuando por fin superé el impulso de rendirme, de dejarme engullir por el abismo, me puse a leer libros sobre qué son en realidad las arenas movedizas. Y descubrí que el relato sobre esas masas de arena capaces de arrastrar consigo a un hombre y matarlo es un mito. Todas las historias que se cuentan y que lo describen son una invención. Entre otras instituciones, lo ha investigado con experimentos prácticos una universidad de Holanda.
Pero la comparación con las arenas movedizas es, a pesar de todo, aquella a la que aún hoy me gusta recurrir.
Así fueron aquellos diez días que cambiaron por completo las premisas de mi vida. Las arenas movedizas eran el agujero infernal del que, a la postre, conseguí librarme.
* Tusquets, 2015.
PERFIL
Henning Mankell nació en Estocolmo, en 1948, y murió en Gotemburgo, el lunes de esta semana. Vivió entre Suecia y Mozambique, donde fue director de un teatro y de una editorial que promovió autores africanos. Su primera pasión fue el teatro, al que ingresó como actor y continuó como dramaturgo. En un viaje a Africa se enamoró del continente; vivió un tiempo en Zambia y de allí pasó a Mozambique. “Los medios (occidentales) están acostumbrados a mostrar cómo mueren los africanos, no cómo viven”, dijo en su última visita a la Argentina. Estaba casado con Eva Bergman, hija del gran Ingmar y directora del teatro Backa de Gotemburgo. En 1979, Mankell publicó The prison colony that dissapeared, su primera novela, en la editorial Ordfront. Allí editó, a partir de elntonces, un libro por año. La fama internacional le llegaría en 1991 con Asesinos sin rostro, el primer título de la serie protagonizada por el inspector Wallander. Entre 1991 y 1999, cada año apareció un nuevo libro de la saga. En 2002 salió al mercado Antes de que hiele, el penúltimo título en el que la protagonista es la hija de Wallander. Y, a fines de 2009, El hombre inquieto, con el cierre de la historia. Otras novelas recientes de Mankell son El hijo del viento (2009) y Tea-Bag (2010) . También escribió ensayos como Moriré, pero mi memoria sobrevivirá (2008), en el que reflexiona sobre el flagelo del sida en Africa. Botas de lluvia, la continuación de su novela intimista Zapatos italianos, será publicada el año próximo.
(lagaceta.com.ar)
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