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sábado, 15 de julio de 2017

La repatriación musical de una obra que marcó a los jóvenes de ayer

El líder del Cuarteto Cedrón, grupo clave de la vanguardia tanguera, es el eje de una muestra en el Teatro El Popular, donde tocará hoy, a las 20, sus canciones sobre poemas de Tuñón, Cortázar, Manzi y Gelman

Por Gabriel Plaza


El Tata Cedrón tiene una mirada en estado de alerta. Sus ojos abiertos y expresivos -acentuados por las abultadas cejas arqueadas y ese peinado raya al medio que recuerda a Roberto Arlt- le dan una actitud de niño rebelde, como si recién estuviera descubriendo la vida. "Contempla el mundo" es la frase aprendida de Francis Bacon que le escuchó decir al poeta Raúl González Tuñón y que el Tata repite como si fuera un mantra personal.

A los 78 años, este cantor, músico y compositor icónico, creador del legendario Cuarteto Cedrón, se sitúa en un espacio atemporal donde pasado, presente y futuro, transcurren con la misma fuerza. Sobre una mesa está la discografía completa del Cuarteto Cedrón, que se acaba de reeditar de forma integral en nuestro país por Alfiz Discos y que termina de completar un acto de justicia sobre una de las obras clave de la vanguardia musical porteña del siglo XX. "Para mí hay un hito que ha sido la ausencia -afirma el Tata Cedrón-. Yo me fui en el 74. Volví a vivir en Buenos Aires en 2004. Eso hace que haya muchos músicos argentinos a los que no escuché, de todo género. Y también a la inversa, hay muchos músicos que no escucharon al cuarteto". Es un tiempo de retrospectiva y celebración para el grupo surgido en 1964 -cuyos miembros iniciales fueron Tata Cedrón (guitarra y voz), Miguel Praino (violín en sus inicios y luego viola), César Stroscio (bandoneón) y Jorge Sarraute (contrabajo)- que ahora es el centro de una muestra en el Teatro Polular (Chile 2080), donde se exhiben afiches, discos de vinilo originales, partituras, fotografías, videos, objetos y libros vinculados a la obra musicalizada del Tata Cedrón y su clan familiar.

"Todo el tiempo sigo inventando cosas. En dos años hice cinco o seis espectáculos y grabamos dos discos Para nuestros hijos y Velay. Ahora estamos haciendo el espectáculo La repatriación del cuarteto (hoy, a las 20, es la última función) con los músicos que tocan conmigo: Daniel Frascoli, Miguelito Lopez, Miguel Praino y Josefina García. Hacemos cosas del Cuarteto Cedrón y ellos tocan por otro lado sus cosas. Es como si tirara una piedrita en el agua y se formaran aureolas, son como las aureolas del Cuarteto Cedrón. Es la gente que sale del cuarteto...".

-También está la gente de la nueva generación que te sigue.

-Sí, están Acho Estol, Lidia Borda. Un montón de gente joven.

Desde que en 1964 lanzó al mundo Madrugada, un disco de canciones basado en los poemas de Juan Gelman, al cantor lo sigue la gente joven. Su música abrió un sendero nuevo en el sonido urbano de la época, que preanunciaba un tiempo oscuro y disonante en el país -exilios, desapariciones, dictadura- con una estética que se completaba con el registro grave de la voz del Tata.

"Siempre me interesó la canción social. Yo vengo de antes. Escuchaba Rivero y Gardel. En general había un sonido grave. Yupanqui tenía esa voz aterciopelada, pero no grita. No teníamos las melodías que ahora tienen los chicos. En el campo escuchaba mucho a Osiris Castillo y la milonga, también grave. Los payadores no gritan. Todo eso va formando una voz. Uno tiene esas referencias. Agarrás Gardel donde recita: «Cotorro al gris. Una mina ya sin chance por lo vieja que sorprende a su garabo en el trance de partir» y hablás de esa manera. La canción te va dando una manera de decir. Te pone el dial ahí. «Ya no habemos más guapos viejo, todo acabó». Eso se dice abajo, en un tono grave, no se puede decir agudo. Y yo me di cuenta de eso para cantar".

El Cuarteto Cedrón caminó por la orilla del tango, abriéndose camino entre el mundo literario y poético de escritores como Raúl GonzálezTuñón, Roberto Arlt, Julio Cortázar y Borges, y vinculándose con el lunfardo de Carlos de la Púa, Celedonio Flores, Enrique Cadícamo y poetas como Homero Manzi. "Conocí a los pesados de entrada nomás. Lo que hice en Madrugada con Juan Gelmán eran poemas inéditos para la época. Después hice cosas con Paco Urondo y Uasi, que pisaban fuerte en ese tiempo. También estuve con Cortázar, Paco Ibáñez y Leo Ferré", enumera con naturalidad, mate en mano, custodiado por una biblioteca que guarda la memoria de un país literario que pasa por Ricardo Piglia (su amigo de la adolescencia en Mar del Plata), Julio Cortázar (su compañero de exilio en París), La crencha engrasada de Carlos de la Púa y el poeta pampeano Buztriazo Ortiz, con el que está trabajando un futuro disco que graba en su casa del barrio Agronomía. "Tengo una buena acústica en el pasillo de entrada. Cuando pasa un auto paramos", desliza.

El Tata Cedrón es un producto cultural de una época y una generación. En su rostro y en su voz está tallada a fuego esa memoria. "Nací en el 39 y en el 55, cuando cae Perón, se termina un período de la canción popular. Tenías a Pugliese, Di Sarli, D'Agostino, D'Arienzo, Los Chalchaleros, Eduardo Falú, La Tropilla de Huachi Pampa. Tenías a Castagnino, Berni, Alonso. En teatro tenías a Dragún, Germán Rozenmacher. Por esa época ya tocaba en la guitarra tangos y folklore. Me había formado con Manolo Rego en un coro y había tocando en un conjunto folklórico. Cuando salí de la colimba mi hermano Alberto me dijo que lo vaya a ver a Juan Gelman. El me dio un libro y me dijo: «hacé canción si querés»", recuerda ahora como un flash.

 Ese encuentro marcó un antes y un después en su vida artística. El cantante saca de los estantes el libro Velorio del solo, con una dedicatoria de noviembre del 62: "Al Tata, con un cordial saludo. Juan Gelman"."¿Ves la tapa, está gastada? ¡De ahí saqué "Madrugada". Me gustó ese poema. Empecé a cantar las palabras y de a poco aprendí a ponerle música a las poesías. Es como cuando te tirás a la pileta y vas estilo perrito, pero llegás a la orilla; a la segunda vez llegás mejor y con el tiempo cruzás tranquilo. Con la canción pasa igual. Si agarrás un poema, vas inventando la melodía mientras lees el poema. Empecé así. Eso me ayudó a romper la estructura de la canción tradicional".

De entrada, el Tata Cedrón tuvo una conexión más fuerte con el mundo literario que con el ambiente tanguero. Eso definió su huella. "A los 11 años mi viejo se fue al campo en Camet y nos criamos entre chanchos, vacas, la gente del campo y el arado. No tenía zapatos. Andábamos en alpargatas. No iba a los bailes. Ese mundo del barrio, Buenos Aires y la milonga yo no lo viví. Y ya no estaba más cuando vine para acá en el 62. Cuando me agarró el gustito con la poesía empecé por ahí. Yo no era amigo de Cadícamo ni de Cátulo Castillo, no iba a bares como el Café de los Angelitos. Yo vivía en La Boca rodeado de pintores", relata.

En el taller de su hermano mayor, Alberto, descubrió un espacio donde circulaba un material que fue como un tesoro para alguien de su edad. "Mi hermano era un culto atorrante. Por su taller de la calle Garibaldi pasaban todos, pintores y teóricos que me tiraron mucha data. Yo me agarré más de los escritores porque me parecían extraordinarios. Era otra veta. Todo lo de Tuñón, por ejemplo: «Los ladrones usan gorra gris, bufanda oscura y camiseta a rayas y sino no...». Como literatura es bárbara. No es simpático o folklórico. Yo cantaba eso a los 22 años, rodeado de tipos como Miguel Briante, Juan Carlos Portantiero (que terminó haciendo los discursos a Alfonsín) y el dibujante Osky.


Cedrón con su amigo Julio Cortázar en París foto: Archivo


-¿Cuándo conociste a Tuñón?

-Él murió en el 74 y compartí con él diez años. Íbamos a comer los domingos. Lo empecé a grabar en el 68. Quería que me cuente ese mundo de sus poesías y después hice un montaje para el disco. Héctor Larrea una vez me dijo que yo no tenía conciencia de lo que había hecho. En ese disco están los gestos, la manera de respirar y un lenguaje de época. Pensá que "Eche veinte centavos en la ranura", Tuñón lo escribió en el 22 cuando tenía 17 años. Y mirá el camino de esa canción. Yo la hago en el 62 y ahora la está cantando Lidia Borda. Dentro de poco va a cumplir cien años. Es extraordinario. Para mí vengo de ahí, de todo eso.

-¿Eras considerado un bicho raro cuando surgiste con el Cuarteto Cedrón?

-Eramos vistos como bichos raros por esa idiotez de si era tango o no era tango lo que hacíamos. Nosotros grabamos en el disco Gotán, de 1967, temas que nadie cantaba en esa época como "Che Bandoneón", "La última curda", "Milonga triste"(con arreglos de Rodolfo Alchurrón) y "Malena". Me acuerdo que el tango "Amurado" lo hice hablado como si fuera un cuento. Así nomás de oreja, de intuición.

-¿Cómo te llevabas con los rockeros?

-Nosotros eramos rockeros pero con otra melodía. El espíritu urbano era ése. Pero yo en vez de irme al rock me fui a buscar a Tuñón; grabé "Milonga del Plata" de Uasi, o con Juan hicimos las baladas de los ahorcados, que venía de la poesía de Francois Villón. Pero no era el único. En toda época hay gente que tira fichas, como Tarantino y Rovira.

-¿Qué material le pasarías a la generación que viene?

-Le pasaría dos cosas: las Aguafuertes porteñas de Roberto Arlt y la Antología de Tuñón que salió ahora. Esos libros tienen Buenos Aires, tienen identidad nuestra, tienen guiños, maneras de hablar y razonar. Dicen cosas que ya no se dicen como "¡Caramba!", que ya no se usa más, ahora se dice boludo. El lenguaje y la manera de hablar de esa época es bárbara. Mucho lo podés encontrar en ese disco que hice de Tuñón o en los libros de Roberto Arlt, que fue un porteño con todas las mezclas que había en esa época: el barrio de Flores, la banda de amigos como Carlos de la Púa y la barra del Puchero Misterioso. Fue una generación clave del castellano y el tango, que rompen el lenguaje. Arlt es el Fiódor Dostoievski de acá, todo el mundo lo sabe. Pero lo hizo a la manera nuestra. Salimos de ahí.

-Desde muy joven cantás poesías relacionadas con temas existenciales, como la muerte. ¿Cómo te llevas con ese tema?

-Tengo un amigo mío de mi barrio que me dijo una vez: "Tata, qué linda es la vida". Es linda la vida, es bárbara. Entonces todo que pueda pasar adentro de eso es lo mejor. Es linda la vida, cuando sufrís, cuando no sufrís, cuando te peleás, cuando no te peleás, siempre es extraordinaria. Por más que uno proteste, que sea rataplán, comunista, peronista, tira bombas, lo que quieras, la vida es la amistad, los amigos, los chicos, los olores, los colores, los paisajes. Ésas son las cosas lindas. Yo estoy orgulloso de haber vivido la vida que viví, haciendo lo que hice. © La Nación


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