La actriz protagonizó películas imperecederas como 'El hombre tranquilo' y fue galardonada en 2014 con un Oscar de honor
Por Gregorio Belinchón
Fue la fierecilla indomable, la más femenina en un mundo eminentemente masculino —el de John Ford y John Wayne— y, a su vez, la más masculina entre las estrellas femeninas de Hollywood. Tenía un talento innato para los deportes, una sapiencia interpretativa, ojos verdes, una melena pelirroja casi flamígera y una belleza deslumbrante: un cóctel 100% irlandés. Todo eso convirtió a Maureen O'Hara, que ayer falleció a los 95 años, en una actriz distinta, incatalogable, que, sin embargo, encontró su medioambiente cinematográfico perfecto, el que creó Ford.
Y su carrera está plagada de momentos que ninguna otra mujer podría haber interpretado. Cuando Michaeleen Flynn entra al día siguiente en la casa del matrimonio Thorton (Wayne y O'Hara) tras su noche de bodas en El hombre tranquilo y descubre la cama literalmente destrozada —sin saber que se ha debido a una pelea—, solo puede exclamar: “¡Impetuoso! ¡Homérico!”. Esos dos adjetivos podrían definir a la perfección a O'Hara, que el año pasado recibió el Oscar Honorífico de manos de Liam Neeson y Clint Eastwood, y que ha fallecido rodeada por su familia en Boise (Idaho). “Maureen era nuestra querida madre, abuela, bisabuela y amiga. Ha fallecido en paz, rodeada de su familia, que ha recordado su vida escuchando la música de su película favorita, El hombre tranquilo, según su mánager y coautor de sus memorias, Johnny Nicoletti.
Maureen O'Hara nació como Maureen FitzSimmons en Ranelagh, un suburbio de Dublín, el 17 de agosto de 1920, segunda hija del dueño de un negocio textil y de un equipo de fútbol y de una cantante. A los 14 años ya estudió en el dublinés Abbey Theater y con 18 ya había aparecido en dos musicales británicos. Su primera prueba de cámara para Hollywod resultó un desastre, sepultada en una capa de maquillaje y mal vestida. Pero el actor Charles Laughton y el productor Eric Pommer supieron ver su talento, le cambiaron el apellido —O’Hara cabía mejor en las marquesinas— y apostaron por sus ojos verdes: así que la embarcaron en La posada de Jamaica (1939), la última película británica de Alfred Hitchcock, que tras su rodaje se fue a Hollywood. O’Hara también cruzó el Atlántico.
Blanco y negro
Algunos de sus mejores trabajos los filmó en blanco y negro; curiosamente, cuando llegó el Technicolor al cine en los cincuenta, a O'Hara la bautizaron la reina del Technicolor, porque el contraste entre su pelo y su mirada hipnotizó hasta a los creadores de ese proceso fílmico. Pero para entonces O’Hara era una estrella. Con su padrino Laughton aterrizó en Estados Unidos como Esmeralda en una estupenda versión de El jorobado de Notre Dame, conocida también en España como Esmeralda la zíngara (1939). En 1941, ya filmó la primera de sus cinco películas con Ford: ¡Qué verde era mi valle!. Nunca llegó a entender bien al cineasta, al que considera tanto un amigo como el demonio.
La fama de O’Hara se disparó. En dos décadas rodó hasta cuarenta películas, y con directores como Ford, William Dieterle, William Wellman, Henry Hathaway, Carol Reed, Henry King, Frank Borzage y Jean Renoir. Solo así se entiende este primoroso currículo: Esta tierra es mía, Simbad el Marino, El cisne negro, Escrito bajo el sol, Río Grande, De ilusión también se vive, Los piratas del mar Caribe, Nuestro hombre en La Habana, la ya mencionada El hombre tranquilo, Bagdad, Orgullo de comanche, Tú a Boston y yo a California, El gran MacLintock, Compañeros mortales, Fiebre en la sangre…
Casada en tres ocasiones, la última marcó su vida hasta el final de sus días. En 1968 contrajo matrimonio con Charles Blair, un exaviador de las fuerzas armadas —que había sido previamente durante años amigo suyo— que poseía una pequeña línea aérea, Antilles Airboats. Juntos, codirigieron la compañía, y O’Hara se retiró del cine en 1973 tras el telefilme El poni rojo. En 1978 Blair falleció en un accidente de aviación y O’Hara quedó devastada, a la vez que se convertía en la primera mujer que dirigió una compañía aérea. De su retiro solo salió en cuatro ocasiones para actuar: tres para la televisión —la última con El último baile (2000)— y una para el cine, como madre de John Candy en Yo, tú y mamá (1991).
En 2004 publicó su autobiografía, Tis Herself y recibió un homenaje de la Academia de Cine y Televisión de Irlanda, porque nunca dejó de sentirse irlandesa, a pesar de tener la doble ciudadanía.
Con John Wayne hizo cinco filmes: además de los tres de Ford (Río Grande, El hombre tranquilo y Escrito bajo el sol), también coprotagonizaron El gran MacLintock y El gran Jack. Siempre hicieron de marido y mujer y siempre discutían y se separaban, aunque brevemente. Tal vez por todo eso Wayne dijo una vez: “He tenido muchos amigos y prefiero la compañía masculina, excepto con Maureen. Ella es un gran tipo”.
(elpais.com)
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