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jueves, 13 de julio de 2017

En la vía láctea: Otra visita a Kusturicolandia

Es tan fácil enumerar las visibles cualidades del cine de Emir Kusturica como difícil quedarse a vivir en ellas



por Oti Rodríguez Marchante 

Es tan fácil enumerar las visibles cualidades del cine de Emir Kusturica (su personalidad, su ritmo, su pasión, sus humores extravagantes…) como difícil quedarse a vivir en ellas, por agotadoras. Desde aquel emotivo «Papá está en viaje de negocios» hasta ahora, su cine ha bailoteado sin cambiar de postura y podría decirse que ni para adelante ni para atrás: se mueve menos que el labio superior de Aznar. De nuevo la contienda bélica, de nuevo el folclore, el paisanaje exótico, las tramas con burbujas surrealistas, el juego visual con animales, que aquí es casi la esencia, con gallinas que saltan ante el espejo, burros pacientes, ocas que se bañan en sangre, serpientes prodigiosas y hasta un halcón casi capacitado para interpretar «Hamlet»…, y el añadido sustancial de Monica Belluci, que le proporciona a la historia la carnalidad, la metáfora y el punto de romance sacado de quicio para llegar a un desenlace que lo deja a uno tan descolocado como a esa gallina que salta ante el espejo.

Con esta película, como con todo Kusturica, conviene no embobarse en la pretensión de llegar hasta ese fondo que se sospecha, tan repleto de simbolismos y alegorías (el reloj austrohúngaro, los vuelos oníricos, el paraguas para guarecerse de las balas….), sino quedarse en su vistosa epidermis y en su jolgorio de música balcánica y alcohol vertido. Ha de servir como puesta en escena, como relato carnal y enternecedor, como muestrario de humores y horrores. De no ser así, a otra cosa, porque para interpretar correctamente esta película de Kusturica habría que saber un congo de animales y cosas. © ABC.es

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